viernes, 1 de julio de 2011

9 de la mañana en La Habana, descendiendo por la Calle 23, la gran avenida que desemboca en el Malecón, para recorrer los siete kilómetros de impresionante muro que separaban el mar de la avenida de seis carriles que cada día recorrían los modelos de vehículos antiguos que componían la banda sonora de sus mañanas desde hacia unos meses cuando decidió retirarse a escribir de cara al mar.

Sus paseos se habían convertido en rutina antes de enfrentarse a la pantalla de su portátil en la que descargaba palabras de manera cuasi mecánica cuando la inspiración entraba por las ventanas de su mente y ocupaba el habitat de sus pensamientos, amueblando espacios y rincones de colores.

El frenesí, el estress, la masificacion de su ciudad le extasiaba así que decidió apartarse a un lugar donde era un perfecto desconocido, era un ‘’gallego’’ mas que había alquilado una casa donde la escasez era evidente. Gustaba de pasear hasta la fortaleza del Morro acompañado del trasiego de los coches y de los turistas, de los grupos de jineteras buscando amigos de un día y muchas noches, de vividores a la espera de la oportunidad, de vividores que creaban oportunidades. Le hacía gracia como todas las teorías sobre motivación, iniciativa, pro-actividad que tanto se afanaban en inculcar los gurus empresariales era totalmente desechadas por las personas que se acercaban a los grupos organizados de turistas que quizás por lastima, por complaciencia, aceptaba cualquier tipo de trato con el fin de hacer su estancia mas agradable y mas cómoda en la isla.

Sus primeros días fueron así, pero quizas la cotidianedad de su presencia por la arteria principal de La Habana le hicieron un cubano más y los picaros mulatos le saludaban cada mañana buscando alguna nueva que contar, las jineteras se le acercaban a darle un beso de bienvenida y ya no insistían, solo hablaban de sus cosas con él con la naturalidad de uno mas, con la confianza del amigo, del hombre que les veia como mujeres y no como una mercancía mas con la que realizar una transacción comercial.

Como todas las mañanas, bajaba por la Calle 23, pasando por las sedes del Ministerio de Trabajo y por el de Sanidad Pública, y se paró en la catedral del Helado, la cafetería Coppélia, en el que todas las mañanas le aguardaba el aroma de un café recién hecho con el que acompañar sus paseos.

Dejar atrás sus demonios fue como renacer ante todos, y esa actitud, no había gustado a nadie, se había convertido en lo que las personas de su alrededor no querían que fuera, pero los cambios que se producen en la vida, y conforme avanzan los años, duran mas en el tiempo y son mas bruscos para las personas de nuestro alrededor.

Ensimismado en sus pensamientos no advirtió de la presencia de una nueva camarera en el establecimiento, que justo en ese momento, con una sonrisa le servia el café con su vaso para ‘’take away’’, vamos, el ‘’para llevar’ de toda la vida, pero que en un bastión contra el imperialismo yankie había adoptado muchos anglicismos, de manera surrealista pensó.

Descentrado, intentando encontrar las monedas en su bolsillo, alzó la mirada y allí la encontró, entre un gesto de amabilidad y fastidió por que su tiempo era precioso. No había muchos clientes, pero a ella le gustaba hacer su trabajo bien, su gesto se torno poco a poco agrio. El no se había percatado, pero se sintió nervioso.

El día que entro en la cueva a mirarse en los espejos, tal y como había leído en un reportaje sobre los ritos de una antigua tribu nativa americana, desgrano cada parte de él y rompió los cristales de aquello que no le gustaba y limpio y embelleció los espejos que mostraban su lado mas amable, pero se le olvido, o, mas bien, no quiso, romper los cristales de la inocencia, la inocencia que quiso mantener para seguir sorprendiendose ante los hechos mas pequeños de la vida, en su amor por cumplir la máxima de lo pequeño nos hace grandes.

Por eso, no se sorprendió de su nerviosismo, ‘’Joder – exclamó en su interior – se me esta encogiendo el alma, y en proporción, se esta agrandando otra cosa.’’ Pero aún no había adivinado la figura que se repartía en ese frasco pequeño, y se sorprendia de fijarse en los ojos que le miraban inquiriendo una rapidez en los gestos. Los ojos oscuros que escondían una persona clara, pura, de alma bondadosa pero de gesto firme, certera en sus apreciaciones, dura en sus afirmaciones pero fue la conjunción de sus mirada, con el inicio de su nariz hasta encontrarse con unos labios frondosos lo que le hizo pensar en que conformaban un triangulo de las Bermudas y que sería pecado no perderse en el.

Dejo las monedas en la  mano extendida, con la palma blanca, y la rozó, se estremeció. Ella cambió su gesto, se volvió amable, sonrió, y bajo levemente la cabeza en lo que él interpreto como un gesto de timidez que ni se imaginaba que expresaría.

Le resulto difícil abstraerse de esos ojos mientras las olas golpeaban fuertemente la pared de piedra que resistía los golpes, imperterrito al tiempo que llevaba luchando con el mar, le salpicaba el agua, y de vez en cuando creía oír a su madre a lo lejos como le gritaba de niño cuando saltaba en los charcos. Pero uno de esos golpes le hizo despertar, y se quedo parado un rato hasta que pudo reaccionar y ordenar sus pensamientos. ‘’¿Dónde he visto yo esos ojos?, ¿Dónde he visto esa boca?, y, esa sonrisa, ¿Dónde la encontré hace tiempo?.’’  Repaso mentalmente y al milimetro casi toda su vida, en todos los detalles se paró, en cada uno de ellos para responder a esas preguntas, para hallar la solución que le pareció imposible, cuando ya decidió abandonar un pequeño detalle, una imagen en su mente de un cuaderno lleno de palabras y una mano atareada escribiendo con un boligrafo, pero no acertaba a ver las letras, las palabras que aparecían en los espacios en blanco.

Decidió volver en sus pasos, evitó, o más bien, no se percato que pasaba de nuevo por la heladería y que ella lo estaba observando, el iba en una barca de pensamientos, hasta que se encontró de frente al ordenador pasando paginas una por una leyendo cada párrafo, cada estrofa, cada dialogo.

Se detuvo en una pagina, la leía, una y otra vez, y empezó a creer. Empezó a pensar que estaba escribiendo su destino.

Se apresuro a salir a la calle y salio corriendo hasta la heladería de nuevo y allí la vio observando desde la puerta, apoyada en el marco de la puerta, el marco descorchado por el paso de los años, en el primer escalón que ese mismo día les separaba. El desacelero su ritmo, hasta que llego a su altura, y su mano izquierda empezó a acariciar su mejilla mientras ella inclinaba levemente su cuello y se asía a su muñeca mientras su dedo pulgar dibujaba circulos imperfectos entre el vello de su brazo.

Su otra mano, atrevida, se poso en su cintura acariciando la piel que se descubría entre su pantalón y su top, y en un movimiento lento, inacabado en el tiempo, sus labios, tan mal educados, decidieron rendirse ante la evidencia, no opusieron resistencia, como dos ejercitos cansados de luchar.

Se fundieron en un abrazo, mientras la gente se agolpaba para observar el momento, esperando que ella reaccionara de manera violenta, o que el de repente sintiera vergüenza y huyera corriendo tal y como había llegado. Pero no fue así, sus miradas hicieron el vacio, sangraron el mundo de su alrededor, y abrazados decidieron volver tras los pasos de él hasta su apartamento donde permanecieron en silencio abrazados.

El, sin decir nada, y, ella, leyendo.

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